lunes, 4 de noviembre de 2013

¡Suelta la cuerda!

Cuentan que un alpinista, desesperado por conquistar el Aconcagua, inició su travesía, después de años de preparación. Subiendo por un acantilado a sólo cien metros de la cima, resbaló y se desplomó por los aires. Caía a gran velocidad, sólo podía ver veloces manchas más oscuras que pasaban en la misma oscuridad, y la terrible sensación de ser succionado por la gravedad.
Seguía cayendo… y en esos angustiantes momentos, le pasaron por su mente todos los gratos y no tan gratos momentos de su vida. Pensaba que iba a morir; sin embargo, de repente, sintió un tirón muy fuerte que casi lo partió en dos… Sí, como todo un alpinista experimentado, había clavado estacas de seguridad con candados a una larguísima soga que lo amarraba de la cintura.
Después de un momento de quietud, suspendido por los aires, gritó con todas sus fuerzas:
- ¡Ayúdame Dios mío!…
De repente, una voz grave y profunda de los cielos le contestó:
- ¿Qué quieres que haga, hijo mío?
- Sálvame, Dios mío.
- ¿Realmente crees que te puedo salvar?
- Por supuesto, Señor.
- Entonces, corta la cuerda que te sostiene…
Hubo un momento de silencio y quietud. El hombre se aferró más a la cuerda y reflexionó…
Cuenta el equipo de rescate que al día siguiente encontraron colgado a un alpinista muerto, congelado, agarrado fuertemente con las manos a una cuerda… a tan solo un metro del suelo.

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